Una
docena de niños recibe el pan de la enseñanza en una casucha de madera, con
techo de zinc, piso de tierra, sin ventanas, ni luz y sin baños, y como si
fuera poco, en tiempos de lluvia, es imposible impartir docencia.
Ese
deprimente panorama ocurre, pese al empeño de una profesora que ha hecho del
magisterio un verdadero sacerdocio y se preocupa porque reciban clases de buena
calidad, por encima de las dificultades.
“La
educación dominicana es una de las peores de todo el mundo”.